viernes, 10 de febrero de 2012

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Me cago en la sotana:

La niñez, época que muchos llamarían la más feliz de la vida, es esa época mágica en que todo posee mística. En la que parece que nuestras capacidades son ilimitadas, la realidad tiene colores más vivos, y los sueños suelen poseer la costumbre de mezclarse con lo cotidiano, la línea de la realidad se desdibuja frente a las visiones de un niño. Esa época en que todo nos parece más grande, que alguien alto es cualquiera, que papá es súper fuerte, que el techo de la casa es el pico más elevado del planeta, que  es posible volar, aunque sea por los instantes que dure el salto.
También es época de aventuras tipo “Chatran”, las cuales por razones de ubicuidad suceden mayoritariamente en las vacaciones. Por lo general los viajes de veraniego con la familia son realmente entrañables, son momentos únicos en la que la felicidad desborda.
Bueno, no siempre.
Les contare un viaje que realizamos con mi familia, a un pueblo parido por el mismo demonio, o por lo menos así quedo registrado en mi mente. El lugar llego a los oídos de mi viejo de parte de un amigo:
-NO…… te juro Daniel, es un lugar increíble, yo voy todos los años, cuando vas te enamoras, es tranquilo, precioso, realmente precioso.
La gran puta si era tranquilo. Esos lugares en los que cuando llegas, decís “que tranquilidad, que calma” y cinco horas después estas buscando un risco empedrado, con rocas de lo mas filosas para tirarte de cabeza con la seguridad de que si no te matas, por lo menos te van a llevar a un lugar más divertido, el hospital.
 Tranquilo poblado de tras las sierras, esos lugares en los que  los viejos van a hacer turismo geronte. Poblado maldito por el Padre tiempo, el cual les impuso que vivieran en “slow”. El pueblo llevaba el nombre de su fundador, un cura, un cura que jamás hubiese pensado que el hecho del que el tuviese como transporte un burro, daría de comer a las futuras generaciones, los cuales hicieron una empresa de los restos mortales de él…. Y del puto burro.
Llegabas al pueblo y te contaban la historia del cura y el burrito y que se yo, dos cuadras después te volvían a contar las historias del cura su burrito y la  que los pario. En la plaza te vendían las estampitas del cuasi santo y su burro, transacción que se realizaba siempre bajo una densa lluvia de bosta de tordo, que no parecía molestar a los lugareños, que gustaban de tomar mates bajo los frondosos árboles.
Mi madre, amante del turismo histórico, diviso frente a la plaza del pueblo el museo, que también era iglesia, con lo cual a ojos de mi madre, era una milanesa con papas fritas, un combo fantástico.
Entramos al museo-iglesia, y allí…. Estampitas del cura y el burro, pero además, LOS RESTOS DEL CURA MUERTO, una vitrina de panadero lleno de huesos y porquerías de un cristiano que en vida debe haber añorado una santa y digna sepultura, y que en cambio los muy desgraciados habían enjaulado en una vitrina, frente a la cual paraban a una vieja que miraba azorada y decía, “como se nota que es un Santo, mira casi no se descompone”, si, ya no se descompone…..porque ya se descompuso.
No te vendían pedacitos del cura, por que se dieron cuenta después de haber vendido las cuatros primeras vertebras, que era más lucrativo alquilarlo, venderte una visita guiada a los restos del difunto cura…. Y su burro.
Mi mente surcaba la locura de sentirme rodeado por la lentitud de un lugar, que por mucho hubiese exasperado a Gandhi. Deseoso de aventuras sentía que me habían traicionado mis seres más queridos, mis padres, no podía creer que hubiesen conspirado contra mi sangre joven, y me hubiesen traído a envejecer entre peperina y estampitas truchas.

Maldije a los dioses por aquel mal trago…           y al cura también.
Pero como bálsamo para mis penas, encontramos lo que podría ser mi salvación, EL RÍO.
Los ríos de sierra son realmente hermosos, límpidos, amables con los turistas, gráciles y frescos; casi inmediatamente salte a este esperando con mis pies en el agua que mi viejo, compañero indiscutido de esta aventura, me acompañase. Las profundidades del río era mi lugar feliz, podía nadar, zambullirme en esa agua fresca y hermosa. Pero el espíritu  del cura y su burro sabían que yo les había declarado la guerra y dijeron:
-Queres aventuras pendejo?, ToMÁ.
 Escondieron la señal del bañero de mis ojos, y de los de mi padre, el cual rezaba:

                                PELIGRO COMPUERTAS ABIERTAS

En un comienzo la suave arena debajo de mis pies me acariciaba dulcemente, al siguiente instante me abandono cruelmente, y la compuerta trago mi cuerpo blanquecino, que gracias a Dios(él cual no debe haber hecho caso a las insistencias del cura, para asesinarme), se inclino tomando posición horizontal, y pase entre hierros retorcidos debajo de las compuertas, las cuales me escupieron sobre un mar, un mar de piedras que me, me, como se podría decir…. Acariciaron  dulcemente.

La corriente me deposito a los pies de una reposera en la que se encontraba una mujer mayor que no podía creer lo horrible que era la fauna autóctona, para haber depositado tamaño bagre a sus pies, y además todo lleno de moretones y raspaduras.

Algún día volveré, y me vengare del maldito cura… y su burro.

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