jueves, 2 de febrero de 2012

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EL petizo Enrique y el Panzer Alemán.

La madre naturaleza, sabia en su proceder, genera en cada especie un mecanismo único para el proceso de reproducción, cada especie posee formas únicas de llamar a su compañero/a para reproducirse, cuya ley fundamental de la selección natural rige inexpugnablemente, escoge a los más fuertes, a los más aptos para semejante trabajo.
Como es de esperar el único animal tan estúpido como para no escuchar los designios de la madre naturaleza es el hombre.
Recordé las turbias visiones de una noche en un pequeño pueblo. En los pueblos del interior del país, las reglas de las ciudades cosmopolitas no se cumplen, aquí las cosas son muy diferentes, la gente se relaciona de manera diferente, se podría decir que es más pura, y las parejas son más estables. Claro está que en un pequeño pueblo las ocasiones para conseguir pareja están mas restringidas que en las grandes urbes, aquí el descanso y el relax no es un negocio tan explotado como en la ciudad, por lo que cuando se deciden a parrandear no los para nadie.
Esto acontece en el ámbito de un baile de pueblo, los bailes de pueblo no son como ir a un boliche o a un pub, no, en los bailes de pueblo hay que ir con las pelotas bien puestas, las mujeres no andan con vueltas, y además la capacidad de huir raudamente, de escapar sagazmente puede llegar a salvarte la vida, porque a todo desconocedor del ambiente le puede ocurrir lo peor, mirar o aun peor,  intentar un levante a la novia de algún compadrito, lo que dará como resultado una casería al impúdico animal extranjero, que puede terminar perdiendo su virilidad a patadones. En estos bailes el ambiente es denso, espeso, en todo sentido, el mismo aire es cabron, aquí la mezcla mortal de calor y hormonas, dan como resultado un gas que se mixtura con los desodorantes en aerosol que muchos confunden con perfume, y generan algo parecido al gas lacrimógeno, que como todo aquel que lo haya probado alguna vez, no solo hace llorar si no que también tiene la peculiaridad de extraer lo que hayas comido recientemente.
En aquel lugar de tertulias, se fueron a encontrar dos personajes dispuestos a matar esa noche.
EL petizo Enrique, un buen muchacho, trabajador, había tenido una semana dura, y como todo muchacho de pueblo quería desahogar sus penas con un poco de alcohol y la compañía de una linda muchacha. El petizo era un ser medio extraño, pese a su contextura pequeña, el hombre era de grandes retos, a él le gustaba demostrar su fuerza y hombría.
En la esquina inferior derecha de la cancha de básquetbol-por que en los pueblos los bailes se hacen en el club- se encontraba una mujer,  una mujer que por mucho que uno la quisiera, era difícil de pasar. Una muchacha de usanzas europeas, y no por los caros perfumes o llevar puesto el último grito de la moda, sino más bien por el poco uso que le encontraba al agua.
El petizo comenzó a dar vueltas por el salón, buscando su presa, y en una vuelta del destino la vio a ella. Inmediatamente dirigió sus cortos pasos hacia esa tremenda mujer.
El petizo no media más de 1.50 metros, pero la dama, la dama, la yegua, y si decimos yegua, es porque era un tremendo caballón, habrá medido 2 metros fácil y pesado unos 100 kg, que dirás bueno 100 kg con 2 metros de altura no es tanto, pero cuando hablamos comparativamente con el petizo, es mucho. Uno se esperaría que gigante señorita reusase a entablar relación con minúsculo hombre, pero dadas la circunstancias de que la noche no había provisto de mejor ejemplar que el petizo, la mujer acepto, y cargándolo lo llevo para la pista.
EL petizo volaba cual Baryshnikov de lata de sardinas, incrustándosele la cabeza éntre los senos de monumental ejemplar de percherón.
La noche transcurría lentamente para el común de los mortales, menos para ellos dos, contra todo pronóstico de la naturaleza, la extraña pareja estaba formando lazos fuertes, entre sudor de tetas y saliva de enano.
Voy a hacer una aclaración, intitule esta historia como el petizo y el panzer alemán, y para aquel que no le quede clara la similitud entre la mujer y el panzer alemán, lo siguiente:
Era sin duda alguna un rodado mayor, peligrosa, letal, robusta y de compleción decididamente aguantadora, diseñada para los climas hostiles, y además ya con muchas guerras encima, era un tanque la desgraciada. Rubia de cabellos gruesos como fideos, de ojos azules como el mar, la mujer sin dudas era un arma letal del más alto calibre.
La noche termino con una nueva pareja en el pueblo.
Tres semanas después regreso a aquel pueblo, como al pasar me deslizan-¿No sabes como anda el petizo?-, no para nada,-Está internado, se descadero-.
Aunque parezca mentira la fogosidad de aquellas noches entre el petizo y el tanque, habían terminado fatídicamente, con el quiebre de su cadera derecha, y peor aun como el petizo tenia para 4 meses de reposo, el tanque lo abandono.

Por eso debemos de mirar a nuestro alrededor, ver como las aves, los perros, y cualquier animal se aparea, y aprender que contra el designio natural nunca hay que proceder.

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